Es complicado definir la experiencia en la granja de la familia Wachi. Lo es porque las condiciones en las que hemos pasado las dos semanas han sido bastante duras, y ello condiciona cualquier valoración que podamos hacer. También es cierto que la familia lo compartió todo con nosotros. Lo que tenían de humildes lo tenían de buenos.
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Con los Wachi en un juego de edición de fotos muy popular en Japón. |
La familia Wachi está compuesta por cuatro personas:
Kenichi, de cuarenta y dos años, quien le puso el nombre a la granja (Poco a poco) tras pasar dos años en México y quedar fascinado por ese ritmo de vida.
Noriko, de veintisiete años, madre de mentalidad abierta y con inquietudes, que sin embargo acata sin miramientos todo el trabajo en casa que la sociedad japonesa carga sobre las mujeres.
Ki-chan y Koko-chan (en realidad se llaman Kidzna y Kokoro, pero “chan” es un diminutivo cariñoso y casi siempre les llaman así), de dos y cuatro años, que no necesitaban más que cuatro piezas de lego para pasar horas jugando.
En la misma casa viven los dueños, los padres de Kenichi. Pero lo hacen en estancias separadas, en una habitación con salida a la calle, donde hacen vida totalmente independiente. Según nos contaron los Wachi es la costumbre en el país. A nosotros nos sorprendió el poco contacto que había entre ambas partes, sobre todo entre abuelos y nietos.
La casa es de materiales prefabricados y paredes finas, lo que es particularmente duro en invierno, con temperaturas que cuando estuvimos oscilaron entre -7ºC y 5ºC . Además no hay calefacción, más allá de un chorro de aire caliente en el baño que se encendía una hora antes de la ronda de duchas y baños. Ello te obliga a llevar en todo momento cuatro o cinco capas de ropa, a las que se añaden otras tres de mantas para dormir. A veces fue suficiente, otras veces no. Acabamos enfermando los dos, pero de una manera bastante suave para lo que podía haber sido.
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Nuestra habitación en casa de los Wachi. |
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Vistas desde la casa de los Wachi.
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Sus tierras estaban en otra zona de Naka City, a menos de diez minutos en coche. Lo que vimos de la ciudad nos dejó indiferentes. Casas individuales, con terreno o sin él, dispersas de tal manera que se hace necesario el uso del coche y por tanto la presencia de centros comerciales carentes de interés.
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Punto de interés de Naka City: su templo. |
Lo mejor de la estancia con los Wachi fue el trabajo, si bien entre nevadas y enfermedades de unos u otros fue más irregular de lo que nos hubiera gustado.
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Entrada a la huerta ecológica de los Wachi. |
Sembramos lechuga, brócoli y maíz, plantamos lechugas, seleccionamos grano de espelta y recogimos diferentes verduras. Aprendimos a realizar abono ecológico con hojas y arroz fermentado, vimos que cultivar diferentes plantas juntas hace que unas se cubran a otras y que, junto con los insectos buenos que atraen, su resistencia a las plagas sea muy elevada. Nos sorprendimos con las huertas no trabajadas, donde siguiendo las lecciones de Fukuoka las verduras crecían sin ninguna clase de intervención del agricultor. Ni plantar, ni trabajar, ni abonar, ni regar. Nada. Las verduras que crecían en estas huertas eran menores en cantidad pero más fuertes y del mismo sabor que las demás de la granja. Es sorprendente ver los resultados que consiguen quienes optan por entender la tierra en vez de intentar dominarla.
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Invernadero con lechugas y proyectos de espárragos. |
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Plantas de lechuga listas para el invernadero. |
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Separando el grano de espelta de la paja. |
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Puesto de venta de zanahorias de los Wachi en un supermercado local. |
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Intentando vender verduras en la calle. |
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Dos cariñosas zanahorias de la huerta. |
La huerta la montaron juntos desde cero Kenichi y Noriko. Ambos fueron a una escuela de agricultura porque querían cambiar de vida. Los motivos de Kenichi dan que pensar. Trabajaba de sol a sol en Hitachi, hasta que el suicidio de un amigo y compañero en la empresa le hizo replantearse su existencia. Según nos contó, cada año en su país entre 30.000 y 40.000 personas se suicidan, la mayoría por estrés laboral. Aquella muerte no era la primera en su empresa, ya que antes se había quitado la vida un directivo, pero le marcó por la cercanía. Su amigo dejó detrás de sí una mujer y un niño pequeño, así que antes de esperar su turno Kenichi decidió salir de aquello. Lo que terminó de moldearle fue su viaje a México. El gobierno japonés pedía voluntarios para un programa de ayuda al campo mexicano, en el que se pretendía convertir a extrabajadores de la industria maderera en agricultores ecológicos. A Kenichi le fascinó la alegría y el ritmo pausado de vida de aquellas gentes, quienes a pesar de no tener ni un baño en su casa eran más felices de lo que nunca fue él en Hitachi.
De vuelta a la casa, hubo algo que nos afectó casi tanto como el frío: la comida. Por muy amante de la comida japonesa que seas, desayunar cada día un bol de arroz blanco y una sopa de miso, y encontrarte el mismo arroz y la misma sopa para comer y/o cenar es algo muy duro de llevar durante dos semanas. Aún así hubo buenos momentos, que son básicamente los que aparecen en las fotos que acompañan esta entrada. Un hecho curioso es que no sólo se bendice la comida (“Itadakimaz”) antes de comer, sino que también se “desbendice” (Gozosamadeztá) al acabar, provocando alguna situación embarazosa si alguien tardaba mucho en acabar su plato y todos tenían que esperarle.
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Los niños y el desayuno. |
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Nattó: Soja fermentada para desayunar. Demasiado para nosotros. |
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Tempura de verduras ecológicas. |
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Udon casero. |
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Ramen al estilo tradicional. |
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Los cuatro tipos de zanahorias de la huerta. |
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Revuelto de patata y cebolla que maravilló a los Wachi. |
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Sashimi de atún. |
Siguiendo la estructura de familia tradicional, Noriko ejercía principalmente de ama de casa, aparte de aportar también su trabajo a la granja. La tradición dice que la mujer es la que se tiene que encargar tanto de los niños como de las tareas domésticas. Al ver como nosotros compartíamos tareas (fregar, poner la lavadora, tender la ropa), nos preguntaban curiosos si aquello era lo normal. Al responderles afirmativamente alucinaban e insistían en señalar “lucky wife!”. Fue curioso ver como Noriko acabó pidiéndole a su marido que le ayudara con algunas tareas, a lo que Kenichi accedió sin problemas. Era evidente que habían delegado en la tradición del país el reparto de tareas, aún sin estar muy convencidos de ello. Es más, al preguntarles por qué lo hacían así, la respuesta fue “We don’t know…”.
Los matrimonios japoneses son muy poco cariñosos entre ellos, y, además, está mal visto darse besos o muestras de afecto delante de los niños. Sin embargo, viven muy apegados a ellos: los Wachi dormían todos juntos en la misma cama. Les sorprendió mucho que les dijéramos que en España lo normal es que los niños duerman en una habitación separada.
También las comidas las hacían con los niños, los cuales, con 2 y 4 años, comían exactamente lo mismo que sus padres, a su ritmo y como les daba la gana (podían meter el arroz en la sopa y el agua en el puré o comer con la mano sin que nadie les dijera nada).
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Ki-chan y Koko-chan haciendo udon.
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En el salón de la casa había una emisora de la policía, al igual que en el resto de hogares de Naka-city. Dicha emisora, ante un hecho calificado de “importante”, enviaba un comunicado a todas las casas. Nos enteramos de que esto existía cuando un día escuchamos una voz desconocida en el salón, la de un agente solicitando colaboración ciudadana en el caso de la desaparición de una joven en la ciudad. Al día siguiente el caso estaba exitosamente resuelto.
También tuvimos tiempo de hacer una excursión interna, a las cataratas Fukuroda, que estaban parcialmente congeladas. Alrededor de las mismas había dos miradores, uno antiguo de estilo tradicional japonés y otro nuevo para cuya construcción se había excavado un túnel en una ladera. Pidiendo perdón por ello se erigía en su interior un altar en honor del dios de aquel lugar.
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Cataratas Fukuroda. |
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Altar en honor del dios de las cataratas. |
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Local tradicional en la montaña. |
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Aperitivos típicos de la zona. |
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A la derecha dulces gominolas. A la izquierda insectos igual de dulces. |
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Tienda de antigüedades. |
En resumen, una experiencia dura e interesante a partes iguales. No repetiríamos, pero no nos arrepentimos.