sábado, 30 de abril de 2011

Sydney

Tras quedarnos sin más cámara que la del móvil, llegamos a Sidney. Allí nos esperaba Asier, con quien todavía no habíamos coincidido pese a haber estado trabajando todos en la zona de Byron Bay.

Con Asier en Chinatown.
Decidimos alquilar un apartamento para los tres durante una semana en Neutral Bay, un tranquilo barrio en la zona norte de la ciudad. Lo bueno de su situación era que para llegar al centro teníamos que pasar el puente de la bahía, dejando a nuestra izquierda el imponente edificio de la ópera.

La ópera de Sidney.
El puente visto desde el ferry.
Sidney es puro espectáculo para los sentidos. Es una ciudad para mirar, para oler el mar y sentir su brisa. La vida se siente ligera, incluso superficial; hedonista.


Circular Quay.
The Rocks.
Playa de Bondi.
Y es una ciudad de dinero. Sus cinco millones de habitantes se distribuyen por multitud de suburbios, cada cual mejor que el anterior. Quienes no viven en edificios antiguos en algún céntrico barrio, lo hacen en chalets cerca de alguna de sus infinitas playas. Es de suponer que tiene zonas deprimidas, pero éstas no se hacen presentes como en cualquier otra ciudad de su tamaño que hayamos conocido.


Barrio de Wooloomoolo.
Reivindicaciones por Wooloomoolo.
Entrando en detalle, una de nuestras actividades más placenteras fue ir en ferry a Manly. Fue un trayecto que repetimos, tanto por las vistas desde la cubierta como por las playas y calas de la zona. Y por qué no decirlo, por Hugo´s, un local de moda situado en el embarcadero, desde donde podías recibir y despedir a los barcos a ritmo de sus refrescantes cervezas y deliciosas pizzas.
Manly.
Piscina en las rocas.
 Pasando el tiempo en Hugo's.



De la ciudad, aparte de los jardines botánicos y en general de toda la zona cercana al puente y la ópera, disfrutamos de las calles del centro y del Newtown. Crown y King son las más modernas, cuyos locales no tienen nada que envidiar a los de Barcelona, aunque sí, como comprobaríamos en unos días, a los de Melbourne.


Esquina de King St.
Crown St.
Oxford St.
Desde Crown a Barcelona...
Disfrutando de un delicioso café.
En resumen, Sidney es calidad de vida. Quizás le falte algo de profundidad, pero en una ciudad así, si la buscas lo mejor que puedes hacer es bucear.

jueves, 14 de abril de 2011

Granja de los Robinson

Se acabó.
Romper nuestros libros de wwoofers y tirarlos a compostar ha marcado el final de nuestra experiencia como voluntarios en granjas ecológicas.
Y para acabar hemos estado en la granja de los Robinson. Por la formación científica de ambos, sus animales y su terreno era la granja de la que teníamos expectativas más elevadas. Y como suele ocurrir en estos casos, ha sido la decepción del viaje.

Con Jim y Wendy.

La casa vista desde el jardín; con la planta de la izquierda los Robinson hacen esponjas.

El mejor rincón de la granja.

Los paneles solares que suministraban prácticamente toda la energía necesaria.

Vacas felices.

No hemos conectado ni con Helen ni con Jim, y ello ha ido en perjuicio tanto de nuestro aprendizaje como de la experiencia en general. Es una pena porque las condiciones, a diferencia de la granja de Japón, daban para mucho más.

Dicho esto, tampoco ha habido nada que haya destacado negativamente. Hemos experimentado lo que es vivir en una casa que intenta ser autosuficiente, aprovechando entre otras cosas el agua de lluvia y la luz del sol. Y en ella hemos contado con mucho tiempo libre en el que hemos podido trabajar online en nuestro proyecto de alimentación ecológica.

Reflexionando sobre la recta final del viaje.

Uno de los rincones de la granja.

Verduras de la huerta a la plancha.

Tampoco los pueblos que hemos visitado, Lismore y Ballina, tienen nada destacable que ofrecer. Alguna que otra tienda de segunda mano y poco más.

Lismore.

Lismore.

La playa de Ballina.

Un descanso después de recorrer la playa.

Ni siquiera fue interesante la fiesta tailandesa del agua a la que nos acercamos en los terrenos de lo que será un templo budista.

La "fiesta" tailandesa del agua.

En cierta manera es el mejor final, ya que nos ha permitido completar el proyecto por el que iniciamos todo esto y nos ha dejado la sensación de que nuestro trabajo por estas tierras no da para más.
Es hora de volver a la ciudad. Y para ello nada mejor que Sidney, donde además nos encontraremos con nuestro amigo Asier. 

sábado, 2 de abril de 2011

Experiencia de flotación en Byron Bay



Era el perfecto día de playa. Buena temperatura, poco viento y agua en calma. Estábamos en el extremo derecho de la playa principal de Byron, donde un banco de arena, a unos 100 metros de la orilla, separa la zona de los surfistas de una piscina natural de no más de 60 cm de profundidad.

El caso es que me puse a flotar en la piscina, cuya salinidad, por estar el agua semi-estancada, es mayor de lo normal.

Y sin darme cuenta ocurrió. Supongo que fue por un cúmulo de cosas: mente relajada, temperatura perfecta, agua en calma, silencio absoluto (poca gente, nulo movimiento y oídos dentro del agua) y mi cuerpo flotando casi sin moverse. Empezó con un pensamiento, que llevó a otro y luego a otro, a otro y a otro más. Hasta que mi cabeza se llenó de recuerdos de la infancia; todos positivos, alguno de ellos olvidado hasta la fecha en algún rincón. Y con ellos regresaron aquellas sensaciones de felicidad, de invulnerabilidad, de sentirse querido y protegido. Mi mente se liberó de alguna manera y tomó el control, dándose un homenaje en toda regla. Fue una especie de aviso, algo así como: “Esto es lo que me gustaba; ¿qué coño has hecho desde entonces?”

Al abrir los ojos e incorporarme estaba completamente mareado. Y así estuve un par de minutos, en los que no sin esfuerzo regresé a la toalla. Parecía como si mi mente se estuviera incorporando de nuevo a mi cuerpo, no sin antes protestar por los grandes momentos perdidos.