Era el perfecto día de playa. Buena temperatura, poco viento y agua en calma. Estábamos en el extremo derecho de la playa principal de Byron, donde un banco de arena, a unos 100 metros de la orilla, separa la zona de los surfistas de una piscina natural de no más de 60 cm de profundidad.
El caso es que me puse a flotar en la piscina, cuya salinidad, por estar el agua semi-estancada, es mayor de lo normal.
Y sin darme cuenta ocurrió. Supongo que fue por un cúmulo de cosas: mente relajada, temperatura perfecta, agua en calma, silencio absoluto (poca gente, nulo movimiento y oídos dentro del agua) y mi cuerpo flotando casi sin moverse. Empezó con un pensamiento, que llevó a otro y luego a otro, a otro y a otro más. Hasta que mi cabeza se llenó de recuerdos de la infancia; todos positivos, alguno de ellos olvidado hasta la fecha en algún rincón. Y con ellos regresaron aquellas sensaciones de felicidad, de invulnerabilidad, de sentirse querido y protegido. Mi mente se liberó de alguna manera y tomó el control, dándose un homenaje en toda regla. Fue una especie de aviso, algo así como: “Esto es lo que me gustaba; ¿qué coño has hecho desde entonces?”
Al abrir los ojos e incorporarme estaba completamente mareado. Y así estuve un par de minutos, en los que no sin esfuerzo regresé a la toalla. Parecía como si mi mente se estuviera incorporando de nuevo a mi cuerpo, no sin antes protestar por los grandes momentos perdidos.
Eso es que te fumaste un chino, Josu.
ResponderEliminarHe oído que por las granjas ecológicas de aquella zona se planta una hierba muy buena que si te la fumas causa esos efectos. ;D