domingo, 16 de enero de 2011

Día 4: Sumo (13/01/2011).

Todavía algo tocados por el sake de la abuela de la noche anterior, decidimos acercarnos al estadio de sumo. Solo hay campeonato tres meses al año en Tokio, y hemos tenido la suerte de que uno de ellos es enero.
Foto: Entrada al recinto (banderas con nombres de los luchadores).
Los combates se prolongan durante todo el día, empezando las peores categorías y acabando las estrellas nacionales al caer la tarde. Es difícil apreciar todos los matices que hacen amar a los japoneses este deporte, sobre todo su condición de sagrado.  Aún así resulta un espectáculo digno de ver.
Foto: Presentación de luchadores.
Los luchadores se enfrentan en modalidad uno contra uno, contando tan solo con un  round. Es por ello que antes de empezar se tientan en varias ocasiones, aumentando la tensión en el estadio. El combate en sí no llega al minuto de duración, ganando aquel que consiga echar del círculo al oponente o que le haga tocar la arena con alguna parte del cuerpo diferente a los pies.
Foto: Comienza el combate.
Impactan los cuerpos de los luchadores, porque si bien sus tripas son enormes, no lo son menos sus músculos, sobre todo en piernas y brazos. Gordos para empujar, fuertes para aguantar empujones.  Antes del combate, comimos en los alrededores del estadio soba (fideos finos) y un plato de tempura. Resultó que el peculiar restaurante (parecía sacado del planeta Tatooine de Star Wars) estaba galardonado con una estrella Michelin. La relación calidad-precio fue excelente.
Foto: Restaurante Edosoba-Hosokawa.
Foto: Interior "Tatooiniano".
Foto: Soba.
Foto: Tempura de pescado y verduras.
Foto: Postre de gelatina, arroz y fresa.

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