Los combates se prolongan durante todo el día, empezando las peores categorías y acabando las estrellas nacionales al caer la tarde. Es difícil apreciar todos los matices que hacen amar a los japoneses este deporte, sobre todo su condición de sagrado. Aún así resulta un espectáculo digno de ver.
Los luchadores se enfrentan en modalidad uno contra uno, contando tan solo con un round. Es por ello que antes de empezar se tientan en varias ocasiones, aumentando la tensión en el estadio. El combate en sí no llega al minuto de duración, ganando aquel que consiga echar del círculo al oponente o que le haga tocar la arena con alguna parte del cuerpo diferente a los pies.
Impactan los cuerpos de los luchadores, porque si bien sus tripas son enormes, no lo son menos sus músculos, sobre todo en piernas y brazos. Gordos para empujar, fuertes para aguantar empujones. Antes del combate, comimos en los alrededores del estadio soba (fideos finos) y un plato de tempura. Resultó que el peculiar restaurante (parecía sacado del planeta Tatooine de Star Wars) estaba galardonado con una estrella Michelin. La relación calidad-precio fue excelente.
Foto: Restaurante Edosoba-Hosokawa. |
Foto: Interior "Tatooiniano". |
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