Los viajes largos resultan francamente duros física y mentalmente. Llega un momento en el que sientes que no manejas la situación y te dejas llevar. Un control aquí, mira las instrucciones en pantalla, despega, ahora come esto, aterriza, otro control allá, espera sentado, las mismas instrucciones, despega, trágate esto otro, aterriza. La voluntad anulada y tu cabeza pensando en la cama de un hotel en el que nunca has estado.
La escala, de más de cinco horas, la hicimos en Doha, capital de los petrodólares. Fue curioso observar cómo el autobús que nos conducía desde el avión de Qatar Airways a la terminal se detuvo para que cruzasen la pista un grupo de jeques caminando. Salían de un palacio que tenían allí construido para amenizar las supongo minúsculas esperas y se dirigían a su avión. Nosotros, un poco más humildes, a punto estuvimos de acceder a la sala VIP del aeropuerto, lo que nos hubiera provisto de comida gratuita y cómodas butacas. No conseguimos entrar porque no viajábamos al mismo destino que quienes nos invitaron. Aún así gracias por intentarlo Alberto.
Foto: Aeropuerto de Doha. |
Por fin, tras otra corta parada en Osaka, llegamos a Narita, donde no sé si gracias o a pesar de nuestro lamentable aspecto recibimos la ayuda de una chica que, sin saber inglés, nos indicó una combinación de trenes a nuestro hotel que nos permitió ahorrarnos unos 70€. Maja chica.
Nuestro hotel es el Weekly Dormy Inn Meguro Por ahora solo diré que tiene buena pinta. Una de sus virtudes es la cena ligera gratuita, y una de las desventajas es el horario de dicha cena, ya que a partir de las 22h te quedas sin ella. Como fue nuestro caso salimos a cenar algo fuera, y no tardamos en comprobar el resultado de combinar restaurantes especializados y cartas ilegibles. Así, nuestra primera elección fue un local donde tras abrir la puerta topamos con varias lenguas de vaca colgando como bienvenida. Especialidad equivocada.
La siguiente opción nos gustó más. Al abrir la puerta recibimos alguna que otra mirada furtiva de los japoneses que estaban sentados en su pequeña barra. Pensamos que si no estaban acostumbrados a los turistas solo podía ser buena señal, así que entramos. Como en la barra no quedaba sitio nos subieron al primer piso, donde un camarero muy simpático que según contó se había recorrido Europa con una mochila hizo muchos esfuerzos por explicarnos lo que tenían. Nosotros íbamos preguntándole por platos que nos gustaban, y a cada plato que no encajaba en su oferta se reía, risas que luego compartía con los de la barra. Al final nos entendimos y nos comimos un delicioso sashimi de erizo, atún con arroz y una sopa típica hecha con un pescado desconocido y piña. Fue una buena elección, como supongo y espero que sean la mayoría en esta ciudad.
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