El sábado fue un gran día. Y una gran noche.
El día lo empezamos en Harajuku, un barrio muy popular entre la gente joven de la ciudad, lleno de tiendas de ropa original, cines y restaurantes baratos. Parece ser que hay muchas chicas en Tokio descontentas con la vida que llevan que se crean una especie de alter ego, caracterizándose en las tiendas de este barrio y más tarde desfilando por él. Las tiendas sí las vimos, pero la mayoría de las chicas que nos cruzamos (y fueron muchas) no llamaban especialmente la atención. Quizás no supimos encontrar su zona.
Al lado de Harajuku hay un parque, el Meiji-jingu, perteneciente hace tiempo al emperador, que esconde algún que otro templo y mucha simbología espiritual. En uno de ellos tuvimos la suerte de poder observar de cerca el inicio de una boda, aunque por las caras que llevaban todos parecía otra cosa.
Foto: Boda tradicional japonesa. |
Ya anocheciendo nos acercamos de nuevo a la locura de Shinjuku. En este barrio notas como tus sentidos se embotan, llegando a una especie de saturación de ruido y luces. Tiene su encanto, pero hay que estar hecho de una pasta especial para poder aguantarlo cada día.
Buscando huir de todo aquello nos metimos en un pequeño local que una vez dentro vimos que era coreano. Pedimos una sopa de curry y una ración de carne especiada que debías hacértela tú mismo en la mesa, utilizando para ello un cubo lleno de piedras al rojo vivo. Una auténtica delicia.
Y tras la cena vino lo mejor. Si estábamos en Shinjuku no era sino para tomar unas cervezas en los antros del Golden Gai, unos minúsculos locales apiñados en varios callejones oscuros algo apartados de las calles principales.
Estuvimos en cuatro locales diferentes, pero si hubiéramos podido habríamos entrado en todos. En el primero conocimos a Justin, un estadounidense casado con una japonesa que estaba en la ciudad por negocios.
En el segundo estuvimos riéndonos un rato con los espontáneos cantantes de karaoke.
En el tercero nos recibió a solas la dueña, una simpática señora amante de los gatos que nos invitó a varios aperitivos y con la que compartimos una botellita de sake.
Y en el último, un garito punk, nos divertimos con el camarero y con un simpático australiano que había venido al país en busca de nieve. Para recordar.
Foto: Entrada del garito punk. |
Foto: El camarero. |
Interior del local.
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